Sabado 02. Llaves.

“Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia”
Rom 5:1-2


Las llaves de casa, del automóvil, de la oficina, de un cofre, son tan necesarias a la hora de querer abrir cada lugar, que cuando no las encontramos nos pasan muchas cosas por la cabeza, imaginamos y pensamos como solucionar el gran problema. Recuerdo hace varios años, un día de machísimo calor, cuando teníamos un manojo con muchas llaves en nuestras manos y tratábamos de abrir el garaje de la casa de un amigo, para sacar una camioneta que estaba estacionada dentro, pero no fue tarea fácil, tuvimos que probar una por una, hasta encontrar por fin la única que abría dicho lugar.
Los nervios se tranquilizan, la calma llega, por el simple echo de encontrar LA LLAVE que abre. Todo es paz luego de tanto esfuerzo en la intensa búsqueda de la solución.
Así también es el ser humano busca por todos lo medios tratar de abrir la puerta que lo lleve a tener paz, prueba con la llave del dinero, intenta poseer mucho para satisfacer tantas demandas materiales, y solo llega a la conclusión que no trae tranquilidad a su corazón. También prueba con tener poder, se afana por esto sin importar quien tenga que quedar de lado, hasta la propia familia sufre las consecuencias. Muchas veces utiliza la llave de la popularidad, al principio parece que funciona, pero luego se da cuenta que no da paz a lo profundo de su corazón.
Solo existe una única llave que trae la verdadera paz al alma, y esa llave es la FE, la Fe en la obra de nuestro Señor Jesucristo, en esa obra en la cruz del calvario donde al derramar su sangre preciosa limpió todos nuestros pecados.
Como dice el versículo del encabezamiento esta FE es la llave que nos permite entrar en la gracia de Dios, ese regalo inmerecido pero ahora dado a nosotros por medio de su hijo Jesucristo.
Dejá de buscar con la llave equivocada, jamás podrás lograr el objetivo. Volvé y buscá en la cruz la única llave de la salvación.

Por Gaston Barolin.

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