Lunes 22. Seguridad.

“Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatara de mi mano” Juan 10: 28

Cuando hemos creído en el Señor Jesucristo como nuestro único salvador personal, nadie ni siquiera nosotros mismos podemos deshacer el nuevo nacimiento. Cuando alguien nace por naturaleza se convierte en “hijo o hija de” por mas que este ultimo niegue a sus padres durante toda su vida. En la esfera espiritual pasa lo mismo. Una vez que hemos nacido de nuevo, para Dios somos sus hijos: “mirad cual amor nos ha dado el padre para que seamos llamados hijos de Dios” (1° Juan 3:1). No hay vuelta atrás. Una vez que nos apropiamos de la salvación, es responsabilidad del hijo lo que hace con la nueva vida. Lo más natural es que el hijo se sienta muy agradecido y que quiera hacer algo por Aquel que ha hecho tanto por nosotros. Entonces allí estarán los servicios que el Señor nos da para hacer. No es al revés: “sirvo al Señor para no dejar de ser hijo”, porque ya lo somos y nunca vamos a dejar de serlo. Una vez convertidos somos sellados con el Espíritu Santo, somos posesión de Dios, somos hijos de Dios.
Lo que cada uno haga con semejante regalo es responsabilidad personal del hijo. El juicio que otros hijos de Dios puedan emitir acerca de cómo camina tal o cual persona es relativo. Imaginemos habitación sin ventanas ni puertas, dentro de la habitación una luz ¿Cómo asegurarse de que la luz esta prendida o apagada? Imposible. Solo Dios conoce si nuestro corazón esta limpio. Es responsabilidad nuestra caminar junto con el Señor y dar testimonio de el, no porque peligre el ser hijos sino porque El, que nos amo de semejante manera, seguramente estará triste de que no llevemos algún fruto. Somos luces (o luminares) en el mundo, dice Pablo a los Filipenses. Y el Señor en los evangelios aclara que “nadie pone en oculto la luz encendida, ni debajo del almud, sino en el candelero, para que los que entran vean la luz”. Lucas 11: 33. Así que si sos hijo, sos “del que resucito de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios” (Romanos: 7: 4). Y si no eres hijo aún acude ahora a Jesús, entrégale tu vida, antes de que sea demasiado tarde.

Por Lucas Paulino.