Miércoles 10. Daniel.

“Propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey ni con el con que el bebía”
Daniel 1:8


Daniel con sus compañeros que eran de Judá, fueron llevados cautivos a Babilonia. Lejos de su tierra son seleccionados para la casa el rey Nabucodonosor. Junto con otros son invitados a comer de la comida del rey y a beber el vino que el bebía. Tienen la posibilidad de aprender las letras y la lengua de los caldeos, para, en 3 años ser presentados delante del rey. Pensemos que en aquellos tiempos, la calidad de la comida del rey superaba a la de cualquier casa familiar de la época. Daniel podría haber probado unos días, y después si no le gustaba se iba. Pero no, el no quiere comer la comida del rey. Piensa que si come a la mesa de ese rey se contaminaría. No duda ni por un momento. Y es mas, lo “propuso en su corazón”. En el asiento de los sentimientos, en lo mas profundo de su ser, Daniel sabía que tenía que guardar el corazón porque de el mana la vida.
Trasladándolo a nuestra vida practica hoy ya no tenemos un rey que nos elija para ir a su palacio, pero si el príncipe de este mundo que anda alrededor nuestro buscando a quien devorar. Ciertas costumbres o amistades pueden ser como aquel banquete que se les ofrecía a Daniel y sus amigos. Podemos pensar en frecuentar lugares que no convienen, en cosas como tatuajes, piercing, una tribu urbana. En fin cosas que nos “contaminen”. Cosas que nos alejen de Dios. Tentaciones para nuestra vieja naturaleza. Nuestro corazón ha sido limpiado de toda la pudrición del pecado ¿Hemos de llenarlo nuevamente con cosas que lo ensucien nuevamente? Nuestro cuerpo es templo es Espíritu Santo. Somos Santos, es decir apartados para Dios.

Es mejor elegir crecer en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. (1° Pedro 3: 18).

Por Lucas Paulino.