Jueves 30. Dulce como la miel.

“¡Cuan dulce son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca”
Salmo 119: 103


A veces los hombres decimos cosas “lindas”. Un novio a su novia, un marido a la esposa, un amigo a otro, un padre a un hijo, un maestro a su alumno…, pero el salmista está diciendo algo realmente hermoso. Esta reconociendo la fuente de dulzura más sublime para el alma y el espíritu; La Palabra del Dios vivo.
Ahora, seria muy interesante plantearnos para nosotros esta afirmación. ¿Seremos capaces de poder decir de corazón las palabras del encabezado? Creo fielmente que si. Pero debemos tener en cuenta tres cosas antes, a saber:
1- Ser lectores diarios de la Biblia. No podemos decir que amamos su Palabra sino la leemos.
2- Tener una actitud de repulsión al pecado. Es decir, no dejar de combatir jamás contra las tentaciones. Y si caemos, llegar por medio de la oración al trono de gracia, para arrepentirnos y pedir perdón.
3- Tener una vida de testimonio público. Que las demás personas vean en nosotros, no solo “creyentes que van a la iglesia”, sino que vean que lo que decimos concuerda con lo que hacemos. Es intolerable que un hijo de Dios no respete las leyes (sean buenas o malas, el Señor no pide sujeción a las autoridades).
Si tenemos en cuenta esas cosas, podremos decir de corazón, “¡Cuan dulce son a mi paladar tus palabras!” más dulce que cualquier cosa que nos pueda ofrecer este mundo.

No te quedes solo con esta meditación, ve a la fuente de dulzura, que es la Palabra de Dios. ¡Que tengas un hermoso día!

Por Andrés Vellano.