Jueves 18. Parásitos (II)

“Porque la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”
Gálatas 5: 14


El parásito que trataremos hoy, es el del odio. En la vida de los creyentes es inconcebible que esté presente este parasito. Para poder desarraigar esto tan perverso de nuestra vida, tenemos que tener en cuenta que, cada uno de los hijos de Dios, fue comprado con amor. Dios nos amó desde la eternidad, nosotros nos descarriamos; pero aun así nos amó hasta el punto en que dio a su propio Hijo por nosotros. Sin embargo, seguimos pecando cada día (en el vivir diario, por más que ya seamos hijos de Dios). Dios tendría todo el “derecho” de odiarnos. Sin embargo, nos muestra amor cada día de nuestra vida. Y ese amor, debemos demostrarlo hacia los demás (nuestro prójimo). Es tan triste cuando damos testimonio de hijos de Dios, y en nuestro corazón está creciendo este parásito.
El pasaje del encabezado se encuentra un mínimo de ocho veces a los largo de la Biblia. Si esto es así ¿no será porque es realmente importante? Merced a que toda la Palabra es importante.
El mejor remedio para no odiar, consiste en dos medicamentos. El primero, es tener en cuenta que a pesar de nuestra maldad, Dios nos ama. Y el segundo es desarrollar la capacidad de perdonar.

¡Que Dios nos ayude a eliminar toda fuente de odio de nuestro ser!


¡Que Dios nos ayude a eliminar toda fuente de odio de nuestro ser!

Por Andrés Vellano.

Miércoles 17. Parásitos (I)

“Porque donde hay celos… allí hay perturbación y toda obra perversa”
Santiago 3: 16


Si te preguntara cual fue el motivo por el que Caín mató a su hermano Abel ¿Qué responderías? El motivo fueron los celos. Pues, Dios había mirado con agrado la ofrenda de Abel y no la de Caín. Los celos se instalaron en el corazón de Caín, lo que llevo a que matase a su hermano.
Si un creyente deja que los celos entren en su corazón, tarde o temprano ese paracito carcomerá dentro de nuestro ser. Y como enseña la Palabra “toda obra -será- perversa”. Por celos, muchos hermanos en Cristo dejan de hablarse; por celos, las relaciones sentimentales pasan por grandes avatares; por celos, perdemos la mirada de las cosas eternas; por celos, mentimos y difamamos; por celos, dejamos de ser siervos útiles en la viña del Señor y nos convertimos en portadores de vergüenza. Miremos como le fue a Caín, por darle lugar a este tremendo parásito.
Querido lector, Dios es el dador de la vida. Todo lo material y no material que tiene cada hijo suyo en esta tierra, le ha sido concedido por santa y bendita voluntad ¿acaso podemos cuestionar algo así? Tangamos los ojos puestos en Jesús, no en los hermanos. Así evitaremos ser infectados por el parásito de los celos.

Por Andrés Vellano.